Yo entré porque me habían avisado que había un chico guapo en la cafetería. Fue curiosidad, sí, pero sobre todo fue presión social. Entré caminando de frente y luego giré la cabeza disimuladamente hacia donde estaban ellos (así, despacito, nadie me ve...) pero justo en ese momento él levantó la cara y me vio. Ya, qué importa, igual no sabe quien soy y nunca más me va a ver, así que lo miré conchudamente por unos segundos y luego me compré una galleta de quinua.
Cuando salí mis amigas estaban afuera. Participé del cuchicheo sobre su belleza varonil y me largué rápido porque no me interesaba mucho apreciar/conocer la vida de una persona que no apreciaba/conocía la mía.
En ese instante no tenía idea de que semanas después ese sujeto iba a ser mi compañero de clases y luego un buen amigo con el que saldría todos los días en los breaks a comprar cigarrillos y chupachups de fresa.
Meses después salimos a celebrar el fin de ciclo con varios amigos y terminamos en su casa escuchando los primeros éxitos de Ricky Martin y comiendo las sobras de un piqueo snack. Luego hicimos el amor muchas horas y nos enamoramos.
Y bueno, nada, como hoy es 14 de febrero (ah no, ya es 20) quise contar la historia de cómo hace 12 años me convertí temporalmente en la novia del chico guapo que llegó un día a matricularse a la universidad y que ahora vive en París con una mujer de tetas enormes y un perro dálmata.
Y bueno, nada, como hoy es 14 de febrero (ah no, ya es 20) quise contar la historia de cómo hace 12 años me convertí temporalmente en la novia del chico guapo que llegó un día a matricularse a la universidad y que ahora vive en París con una mujer de tetas enormes y un perro dálmata.