Se
llamaba Magia y tenía ojos de fotorecepción variable, a veces amarillo cadmio, otras verde limón o verde menta, creo que por
ahí también unas gotas de cian y un 6% de magenta.
Venía en las noches y
decía cosas que yo no entendía. La gente decía que hablaba un extraño
dialecto indostaní, otros que era una lengua nativa de las costas de
Sumatra.
Se decía que traía consigo una maldición legendaria, ¿cuál? nadie lo sabía, las personas siempre le atribuyen extraños defectos a las cosas que no pueden entender para sentirse más tranquilas.
Y Magia era incierta y lejana, un terreno inexplorado divisable solo en el horizonte.
¿Habrá sabido alguien en el mundo que pensaba o decía? Seguramente su madre o sus hermanos.
Yo la escuchaba porque me gustaba el sonido de su voz áspera y la
rapidez con que soltaba todas esas inexplicables palabras, a veces
sonreía y yo sonreía también, aunque no entendía nada y me parecía más
bien que ese no era un idioma sino palabras sueltas cuyas letras ella
desordenaba y pronunciaba sin nexos coherentes.
Un día no
apareció más por el barrio. Las vecinas confirmaron la teoría de que Magia llevaba una
maldición que hacía que las personas fueran cambiando lentamente hasta
convertirse en animales y luego emigraban a las selvas de algún país de
esos que están muy lejos, cruzando los mares.
A veces sueño con ella; la veo
sentada en mi ventana, se transforma en un gato negro, salta y corre
hasta desaparecer por la última avenida.
En esos momentos sí estoy segura
de que su voz ya no es voz y que sus ojos son naturalmente sustractivos. Amarillo espectral, uniforme y básica coloración de la belleza, del diente de león, de la heráldica y el oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario