Nota aclaratoria: Todos los textos y dibujos publicados en este espacio son creados por la imaginación aturdida de la autora. Todo es ficción. Cualquier parecido con la realidad...
lunes, 30 de abril de 2012
T.
La oficina es como un cajón cerrado, sellado, con un cadáver descompuesto dentro. Yo.
El aire acondicionado no sirve de nada porque todo acá hierve. Afuera las mismas peleas entre empleados, los chismes en el baño sobre la amante de algún jefe, las faltas de la asistenta de ventas y las especulaciones sobre su tormentosa vida, los ojos celestes y congelados de la gerente que se pierden en el rojo intenso de sus venas oculares cuando algo sale mal, y yo, encerrada en mi oficina, alargando el trabajo lo más posible para no tener que exponer mi insignificante ser a la muerte segura en esos pasillos en llamas.
Me gustaría salir de aquí, caminar despacito por las calles de Miraflores, entrar a librerías, sentarme en el parque Kennedy y acariciar a un gato, prender un cigarro, comer una butifarra, caminar más hasta aburrirme de mí y sacar mi celular para encontrar a alguien igual de vago que yo que quiera acompañarme a tomar una chela por ahí. Necesito sentir mi libertad de nuevo, necesito una película, una botella de vino y un amigo, para que una vez borrachos me pueda dar besos y me lleve a su departamento a seguirla hasta mañana.
Extraño tanto despertar a mediodía con una resaca suave, con el pelo enredado, salir en silencio dejando dormido a mi chico de esa noche, caminar por una calle llena de sol tomando un energizante, sonriendo, escuchando música en el carro que me lleva de regreso a mi casa, a mi cama, a mi comida calentada, al cuerpo calientito de mis gatos echados al lado mío, a la voz de mis papás en el teléfono, al olor de los guisos de mi abuela que se filtran por mi ventana desde el primer piso. Y dormir esta y todas las monas para salir en la noche a comer un sanguche con mi amiga Angie y luego volver a mi cama para ver mis series favoritas mientras dibujo sonseras, tomo café, mensajeo por guasap chistes monses con mis amigos.
Son las siete en punto, una mosca se para en mi mano y me doy cuenta de que definitivamente ya fallecí en este lugar y nadie se ha dado cuenta, ni siquiera yo.
El reloj marca las siete con cuatro. Por fin es de noche y en una repetición eterna las almas atormentadas sienten la brisa de la libertad y salen de sus fosas a vagar sin rumbo.
No sé los demás. Yo me voy.
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4 comentarios:
La mejor composición antiplusvalía escrita durante la jornada laboral que he leído :)
Yo también me voy y me voy con esa primera oración, la que le dio inicio a este texto. "La oficina es como un cajón cerrado, sellado, con un cadáver descompuesto dentro. Yo."
Como cuando se recuerda un sueño, lo recuerdas pero no lo recuerdas, es una sensación.
No te vayas, y si te vas, pasa po es´ta ciudad, quizá sea mejor que un domingo.
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