Con motivo de fiestas navideñas, en el trabajo estamos jugando al amigo secreto.
Todos los días alguien es sorprendido con un chocolate en su escritorio, un colorido post it con un mensaje positivo en la pantalla de su PC o algún otro gracioso detallito. Ahí se ve el cariño de este ser anónimo para con su agasajado. Cariño que por lo visto yo no me he ganado.
Dos semanas han pasado desde que se inicio este estúpido juego y mi amigo secreto no ha dado señales de vida. Bueno, el lunes encontré un caramelo de limón (de esos que le compras en el micro a los creyentes renacidos del Centro Victoria) en el piso, muy cerca a mi escritorio. Y yo he querido creer, suponer, asumir, que este ha sido un detalle dirigido a mí y no un accidente cualquiera, porque no he visto a nadie buscando un caramelo de limón en la oficina.
Desde ese día, cuando alguien me pregunta si mi amigo secreto ya me sorprendió con algo yo digo que sí. Y es que de verdad estoy sorprendida. Yo me llevo muy bien con todos, jamás he tenido discusión alguna con mis compañeros de trabajo, soy tímida, no molesto, no soy impertinente, mis chistes son tontos y la mayoría de veces almuerzo sola hablando por teléfono con mi mamá. No entiendo el motivo de tanto desamor.
Ayer bajé a sacar unas copias y dos compañeros nuevos me miraban y cuchicheaban sin mucha discreción, ¿Disculpa, cuál es tu nombre?, me preguntó uno, Melissa, dije, segurísima de que por fin mi amigo secreto había descubierto que yo era yo, - Melissa, tienes el polo levantado por atrás, dijo uno de ellos, sonriendo nervioso. Ni siquiera me interesó la verguenza de tener el sostén al aire, lo que más me ofuscó fue que nuevamente mis sospechas estaban en el nivel cero. Me fui molesta y en silencio.
Yo, en venganza, tampoco le he regalado nada a Naty y ella pasa todos los días por cada sitio gritando a viva voz que desea que su amigo secreto se haga presente con una Coca Cola heladita o un chocolate Vicio. "Esto vas a tener" pienso y levanto el dedo medio mentalmente.
No me va bien con este juego desde el colegio, cuando mi amigo secreto fue Jean Paul, el niño más hiperactivo y distraído del salón, que obviamente nunca recordó que debía dejarme alguna notita o regalo en el transcurso del mes y terminó regalándome, el día del intercambio, una pulsera de oro sacada a escondidas del joyero de su mamá, que luego tuve que devolver.
Por lo pronto pienso darle una última oportunidad a mi suerte y relajarme con este tema. O ponerme a llorar en gerencia porque, una vez más, nadie me quiere.
1 comentario:
Hola, eres como yo... pero a la suerte no se le da oportunidad, siempre es buena o mala, no hay sin suerte, siempre es una de las dos. Besos, que te vaya bien... adiós.
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