Nota aclaratoria: Todos los textos y dibujos publicados en este espacio son creados por la imaginación aturdida de la autora. Todo es ficción. Cualquier parecido con la realidad...


lunes, 15 de febrero de 2016

Neurotransmisor

Miro con detenimiento el techo de mi cuarto y noto que las líneas de pintura resquebrajada dibujan un tiburón y una manta raya. Bien, otro gran momento de la noche.
Nada como la felicidad post-orgásmica y el cosquilleo blando de los músculos regresando a su lugar. Soy víctima de mis reacciones fisiológicas y sonrío sin poder evitarlo. Estoy infestada de dopamina.
Me envuelvo en el edredón y doy lentos giros en mi cama, de izquierda a derecha. Muevo y estiro las piernas suavemente. Los ojos se me cierran.
Me despierta él, que ha regresado del baño y ahora se está cambiando.
-Te has demorado un montón- le digo
-Es que me quedé acariciando a un gato y después se me acercó otro. Creo que así, calato, no me tienen miedo.
Yo me río porque sigo feliz y porque él a veces es tan dulcemente idiota. Vuelvo a cerrar los ojos y entre nubes escucho su voz diciéndome algo sobre unos Tortees. Luego se acerca y me da la almohada que siempre abrazo para dormir y que con el alboroto había salido volando. Se despide y yo finjo estar dormida. Escucho sus pasos alejándose y el tintineo de los ángeles de cerámica que cuelgan de la puerta. Ese sonido, el de alguien yéndose, siempre ha sido uno de mis favoritos.
Estoy contenta porque sé que pasaré los siguientes días enamorada de un recuerdo poderosamente bello y seré una mejor persona por su causa. Más sonrisas comprensivas y menos estrés reactivo para con mi congéneres. Estoy infestada de dopamina.
Vuelvo a mirar la fauna marina del techo y pienso en la belleza situacional del universo, luego se me vienen a la mente cosas como las paredes del cuarto de Basquiat y La Capilla Sixtina. Me río. Me duermo sonriendo.