Nota aclaratoria: Todos los textos y dibujos publicados en este espacio son creados por la imaginación aturdida de la autora. Todo es ficción. Cualquier parecido con la realidad...


viernes, 1 de noviembre de 2013

Manías

Tengo la mala costumbre de imaginarme el cuerpo de las personas descomponiéndose dentro de la madera avejentada y tétrica de un ataúd. 
Tengo el hábito, desde niña, de imaginar el rostro de la gente desencajado, alterado por el terror.
Dibujo lágrimas imaginarias en sus ojos, escucho sus gritos, puedo ver más allá. Atravieso sus pieles y siento el palpitar acelerado de miles de corazones que se rehúsan a dejarse vencer por la fiebre.
Los imagino sangrando, vencidos por el dolor y la miseria.

Hoy ha venido un muchacho nuevo a traer el delivery a la oficina.
Abro la puerta y lo observo. E
ntonces, sin poder evitarlo, lentamente voy deformando sus facciones, arrancando su piel, despedazando su interior hasta dejar en el suelo una masa granate brillante que se confunde con la alfombra y avanza lentamente invadiendo superficies.

Sonrío.


Recibo las diez cajas de Tallarines a la Bolognesa y le doy las gracias. Él también sonríe y me agradece antes de perderse en el infierno repulsivo de esta ciudad macabra que, felizmente, aún no me quita el hambre.

Magia

Se llamaba Magia y tenía ojos de fotorecepción variable, a veces amarillo cadmio, otras verde limón o verde menta, creo que por ahí también unas gotas de cian y un 6% de magenta.

Venía en las noches y decía cosas que yo no entendía. La gente decía que hablaba un extraño dialecto indostaní, otros que era una lengua nativa de las costas de Sumatra.
Se decía que traía consigo una maldición legendaria, ¿cuál? nadie lo sabía, las personas siempre le atribuyen extraños defectos a las cosas que no pueden entender para sentirse más tranquilas.

Y Magia era incierta y lejana, un terreno inexplorado divisable solo en el horizonte.
¿Habrá sabido alguien en el mundo que pensaba o decía? Seguramente su madre o sus hermanos.

Yo la escuchaba porque me gustaba el sonido de su voz áspera y la rapidez con que soltaba todas esas inexplicables palabras, a veces sonreía y yo sonreía también, aunque no entendía nada y me parecía más bien que ese no era un idioma sino palabras sueltas cuyas letras ella desordenaba y pronunciaba sin nexos coherentes.

Un día no apareció más por el barrio. Las vecinas confirmaron la teoría de que Magia llevaba una maldición que hacía que las personas fueran cambiando lentamente hasta convertirse en animales y luego emigraban a las selvas de algún país de esos que están muy lejos, cruzando los mares.
 

A veces sueño con ella; la veo sentada en mi ventana, se transforma en un gato negro, salta y corre hasta desaparecer por la última avenida.
En esos momentos sí estoy segura de que su voz ya no es voz y que sus ojos son naturalmente sustractivos. Amarillo espectral, uniforme y básica coloración de la belleza, del diente de león, de la heráldica y el oro.