Nota aclaratoria: Todos los textos y dibujos publicados en este espacio son creados por la imaginación aturdida de la autora. Todo es ficción. Cualquier parecido con la realidad...


miércoles, 5 de octubre de 2016

La rebelión de los objetos.

Una extraña rebelión me sujeta los pies. La tecnología me quiere dejar en claro que mientras este mundo siga evolucionando en favor de las máquinas, yo nunca, pero nunca, tendré el control de mi vida.
Ayer comenzó. El router fue atacado por fuerzas involuntarias (uno de mis gatos) y salió volando. Ahora permanece muerto, oculto tras la sombra del gran estante que ocupa toda la pared de la sala. Entonces hoy, como no tengo internet, leo. Leo un cuento de Kafka. Es la descripción de los once hijos de un hombre anónimo. A mí eso de no saber quién es la gente me da un poco de angustia, ansiedad más bien, pero igual me entretengo. Me quedo pensando en el último hijo, el más débil, el que sueña con volar lejos y llevarse al padre en los hombros.
Rodrigo me llama. Hay una urgencia y tengo que enviar un diseño en media hora, ¿cómo hacemos?, me dice. Pues, no sé, no sé cómo hacemos.
Me levanto rápido para buscar a algún amigo que esté en casa y pueda prestarme un espacio para ir un rato a trabajar. La pantalla táctil de mi celular lleva días respondiendo de forma lentísima y me demoro un minuto y medio aproximadamente en escribir la palabra "hola". Luego de una batalla bastante dramática con el aparato ese, por fin logro comunicarme en lenguaje casi primitivo con un amigo que vive cerca y voy para su casa. Son las 2 de la tarde y a las 7 debo estar en la graduación de mi hermana. Trabajo a velocidad maratónica, envío mis pedidos, respondo correos, analizo semioticamente cada capa de imagen trabajada, miro la hora constantemente y a las 5 salgo corriendo en dirección a mi casa para bañarme y salir nuevamente. Llego y entrando nomás me doy cuenta de que tengo hambre. Me meto un pan frío a la boca y abro el microondas para calentar café, pero el microondas no se prende. Reniego y busco el cable del enchufe, pero el cable del enchufe está ahí, perfectamente conectado. Entonces pienso que esto solo puede obedecer a una razón... prendo el foco de la cocina y no pasa nada. No hay luz. Se ha ido, le digo en voz baja a una persona invisible parada frente a mí. Camino lentamente por la casa, pensando y esperando, ya va a venir, debe ser una falla momentanea. Ya va a venir. Pero no viene y los minutos pasan más rápido que nunca. He regresado al pasado, la telefonía móvil 4G es un sueño pendiente en la cabeza de alguien, es fines de los 70, la luz es Joanna y esto es Kramer vs Kramer. La tecnología se me rebela en conspiración con el cosmos. "La rebelión de los objetos", Saramago siempre tuvo razón, los sucesos no ocurren de manera casual, no exiten los accidentes, todos los objetos del mundo tienen un alto nivel de conciencia, una energía propia, nos conocen, nos ven, saben nuestros nombres y nuestras debilidades, hoy vas a caer, me dice la pantalla negra de mi celular, hoy caes.
Pero yo no soy cualquiera, yo soy una mujer terca con mañas de clasemediera tercermundista, así que hacen falta más cosas que las luces parpadeantes de los aparatos electrónicos para detenerme. Además he visto todos los capítulos de Doctor Who. Caliento agua en la tetera y busco una tina grande. Así, a la antigua, como se baña la gente en los caserios de la sierra, como baña mi amiga Milagros a su hija de 2 meses mientras le agita de vez en cuando una sonaja para que ella pueda relajarse y sonreir imaginando sabe dios qué cosas con ese cerebro nuevecito. De la misma manera me baño yo ahora, pero con prisa y con la imaginación ya muy contaminada. Salgo de la ducha mojando la madera del piso. En otro tiempo mi mamá me hubiera hecho secarlo, pero ahora tengo libertad para destruir y/o construir sobre lo que mis padres alguna vez creyeron suyo. Unos cuantos años y somos nada...
Levanto la mirada para ver la hora y me doy cuenta de que el reloj también se ha parado. Esto sí no me sorprende. Me hace sonreir. El reloj lleva parado varios días pero nunca me importó, habiendo tantos lugares en los que uno puede ver o escuchar la hora dentro y fuera de su casa, ¿qué demonios importa un obsoleto reloj de pared lleno de polvo?. Importa mucho hoy que la pantalla de mi celular se rehusa a condecender a la fuerza de mis dedos. Pantalla insumisa con 5% de batería.
Quiero ser un gato, pienso mientras corro en dirección al paradero estirando el brazo para que me vea el chofer de la combi. Quiero ser un gato en New York, la mascota peluda y vagabunda con cara de no me toques imbécil de Madame Chiang Kai-shek, entonces nunca tendría que detenerme a ver la hora, ni cargar mi laptop, ni humillarme ante mi celular. Toda mi vida se resumiría al Credo quia absurdum.
Subo a la combi con la sensación de que he triunfado. A pesar de todo voy a llegar a mi destino a la hora programada, le he ganado a la rebelión de los objetos me digo complacida y no puedo evitar sonreir. El cobrador se acerca y yo meto la mano en mi cartera solo para darme cuenta de que mi monedero no está ahí. Me lo imagino entre las sombras, estático en algún lugar de mi casa. Miro por la ventana. El carro avanza. Quiero ser el perrito huesudo en la bolsa de Paris Hilton, quiero ser Paris Hilton...