Nota aclaratoria: Todos los textos y dibujos publicados en este espacio son creados por la imaginación aturdida de la autora. Todo es ficción. Cualquier parecido con la realidad...


martes, 5 de julio de 2011

Animales ellos



Tengo 8 años y estoy en la formación del colegio. Es lunes, mi profesora anuncia que va a pasar el director a verificar la disciplina y nos pide que nos esmeremos. Alguien da la voz de atención. Todos están perfectamente erguidos y alineados mirando al frente. El colegio entero en silencio. El director me mira, los chicos de mi salón y todos los demás me miran, mi profesora me hace señas, suplicante. Yo estoy agachada, acariciando a un gatito.

Ahora tengo 12 años, Mi mamá sale corriendo de su cuarto porque se ha metido un ratón. El ratón está más asustado que ella y se desespera en sus vanos intentos de huida. Está condenado. Sube mi tío con una escoba grande, lo acorrala y lo aplasta una vez, dos veces, muchas más. El pequeñito chilla, sufre, yo grito, grito con todas mis fuerzas, me pongo a llorar. Todos se quedan en silencio, también el ratón, que ya ha muerto. No puedo dejar de llorar. Mi mamá me da un calmante y me lleva a dormir.

He entrado a trabajar de promotora de shampoos en una farmacia. Tengo 19 años. Todos los días pasa por ahí una perrita abandonada. Me gusta, me encariño con ella, la bautizo “Libertad”. Siempre la alimento antes de entrar a trabajar. Un día me percato de que está infestada de pulgas. Me asusto y me siento en la puerta de la farmacia a despulgarla. No me doy cuenta de que han pasado dos horas, estoy despeinada, tengo el uniforme sucio. La gente me mira extrañada. Alguien me toca la espalda. Volteo. Es mi supervisora.

Tengo 22 años. Estoy con chico que me gusta mucho en una fiesta. Salimos un rato a tomar aire y escucho el llanto de un gatito. Lo busco. Él me jala para hacerme volver pero yo sigo buscando hasta que lo encuentro. Está sucio, perdido y tiembla. Él me dice que lo deje y que vayamos adentro, le digo que me acompañe a mi casa, que está a cuatro cuadras, para dejarlo. Me dice que es muy tarde, que lo deje en la calle y nos iremos luego juntos. Le digo que no. Me repite que entremos y me agarra la mano. Le digo que no denuevo. Abrazo al gatito. Me voy corriendo.

sábado, 2 de julio de 2011

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Quiero bailar contigo al ritmo del rock and roll y que después toques la guitarra mientras yo hago miles de garabatos. Una vez por semana, viernes, sábado tal vez, y escuchar canciones nuevas que me emocionen cuando días después las escuche nuevamente porque me recordarán instantes felices entre esos espacios oscuros y cerrados que sin embargo despiden el aroma mohoso de la libertad a medida. Y a ti, claro está, que me recuerden a ti y a tu voz esforzando los agudos, porque te gusta cantar y no te da vergüenza hacerlo mal, o hacerlo delante de mí a sabiendas que mi risa será estruendosa porque en los espacios pobremente equipados es donde más resuena el eco.
Quiero bailar, seguramente mal, y contigo pésimo. Ser feliz aquí y allá, andar por las calles respirando la humedad de estar a tu lado y ayudarte a escapar cuando el celular vibre y la hora diga que es la hora. Y después escapar yo, no volver a aparecer, esconderme en un lugar secreto para que no me encuentres, como los gatos, que no tienen conciencia de lo que está mal o bien y no crean lazos afectivos más allá de los que les permite su naturaleza de animales independientes, pero saben en qué momento llega la muerte, y prefieren irse sin avisar, porque no les gusta ver llorar a las personas cuando los cuentos infantiles de animalitos salvajes fueron escritos a medias y no tienen finales felices.