Nota aclaratoria: Todos los textos y dibujos publicados en este espacio son creados por la imaginación aturdida de la autora. Todo es ficción. Cualquier parecido con la realidad...


jueves, 31 de marzo de 2016

Palomas.

Recuerdo el día que te cagó una paloma en la cabeza. Estábamos caminando por la avenida con los chicos de la universidad, íbamos como siempre a comer al mercado de Surquillo porque era buenazo, barato y servían un montón. Nosotros nos habíamos quedado atrás conversando y de repente noté que te movías de manera rara. Cuando te miré tenías una especie de torta blanca en el pelo y te limpiabas apurado y nervioso. No pude contenerme y me reí estrepitosamente mientras tú te ibas desesperando más, cállate pues huevona, si se dan cuenta me van a joder un culo. Tuve que respirar hondo y callarme, no quería que se burlaran de ti. Tengo esa imagen acá (y me doy toques en la cabeza). Te veías tan tonto, tan tierno. Saqué un pedazo de papel higiénico arrugado de mi mochila y te lo pasé por el pelo. Fue lo más cerca que estuve de cuidarte, de protegerte como a un niño. En la noche, saliendo de la última clase, le contaste a los chicos que por la tarde te había cagado una paloma pero que ninguno de ellos se dio cuenta y te reíste, porque a esa hora ya habías logrado evadir la burla pública y te sentías más chévere que el resto.
Después ya no hubo nada. Una amistad linda que no pasó de eso, miradas cómplices, gileos de madrugada que terminaban en bromas estúpidas, recuerdos de caricaturas de los ochentas, y una declaración a medias que no llegó a tener respuesta.
Ahora, diez años después, me compro un vestido para ir al bautizo de tu primer hijo. Camino buscando un regalo y me pregunto cómo sería la vida si nos hubiéramos enamorado en ese trayecto de caminatas interminables y latas de cerveza mirando la playa mientras nos contábamos los secretos familiares que habían ocasionado nuestros traumas adolescentes. Cómo sería todo si hasta ahora estuviéramos juntos y fuera yo la que se sienta en la mesa de tu departamento a sacar cuentas contigo y recordar los apellidos de nuestros amigos de toda la vida. Los más memorables, los mejores. Me halaga estar en esa lista. Compro un regalo lindo para Gabriel y un vestido sobrio para mí y te envío un mensaje confirmándote que recibí la invitación y que asistiré puntual a la iglesia pero que solo podré quedarme un ratito al almuerzo porque tengo una reunión a las tres. Me respondes casi inmediatamente para decirme que estás feliz de volver a vernos a todos y que ese día es aún más importante por esa razón agregada. La charla se acaba rápido y yo tomo un taxi de vuelta a mi trabajo y recuerdo también que cada vez que te molestabas fingías parar un taxi y yo corría a retenerte con un abrazo aunque sabía que no te ibas a ir porque en el bolsillo solo tenías dos soles y un par de cigarrillos medio doblados. Desde eso ha pasado tanto. Me gusta saber que el tiempo te ha traido una buena vida y que a diferencia mía (que hasta ahora no sé a dónde voy), estás estable, tranquilo, enfocado.
La calle está despejada y llego al toque.
- ¡¿Te has comprado un vestido?! Pregunta Andrea cuando me ve entrar a la oficina.
- Sí, respondo, tengo que ir a la iglesia el sábado porque... 
- ¡Te casas!
Siento cómo se me va el aire y tengo que apoyarme en una silla para reponerme. Estúpidos golpes bajos...